Tres personas iban caminando por el bosque. Uno era un sabio con fama de hacer milagros, otro un poderoso terrateniente del lugar y el tercero, que iba detrás de ellos escuchando la conversación, era un joven estudiante, alumno del sabio.
Antes de acabar mi día acostumbro hacer una pequeña retroalimentación de las acciones que ocurrieron durante este. Lo empecé a hacer desde que leí la siguiente historia:
Tres personas iban caminando por el bosque. Uno era un sabio con fama de hacer milagros, otro un poderoso terrateniente del lugar y el tercero, que iba detrás de ellos escuchando la conversación, era un joven estudiante, alumno del sabio.
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Un suceso me trajo a la memoria enseguida la leyenda bretona que recogí, que trata de cómo es el corazón de las madres, y pensé, lógicamente, en el de Santa María, la mejor de todas. Ocurrió cuando un sacerdote, que había ejercido el ministerio hace muchos años en un pueblín de Asturias, allá por el concejo llamado de Teverga, charlaba con una antigua feligresa sobre una determinada mujer. La pobre vivía sola con un hijo enfermo mental, quien alguna vez llegaba a propinar a la buena madre más de un golpe. Un día le arreó una auténtica paliza, hasta el punto de que el vecindario pidió que vinieran de Oviedo con una ambulancia y se llevaran a aquel energúmeno al manicomio. Cuando los loqueros se hicieron cargo del muchacho, la mujeruca, todavía ensangrentada y magullada por los golpes recibidos, suplicaba a aquellos hombres:
Sentimos nostalgia. Nostalgia de Cristo. Todos los sagrarios del mundo están heridos, abiertos, vacíos. No está Él. Hoy no hay Eucaristía. Ayer retiraron su Cuerpo. Hoy permanece en el sepulcro del recuerdo y la añoranza de muchos; pero también en el del olvido y la indiferencia de otros. De cualquier forma, y casi sin saberlo, todo el mundo tiene hoy nostalgia de Dios. Siempre la ha tenido. Porque ni amores, ni amistades, ni negocios ni deportes ni hobbys ni placeres pueden remediar esa intima soledad del corazón que todos sentimos algunas veces.
"En septiembre de 1980 -cuenta la Madre Teresa de Calcuta-, estuve en el Berlín Oriental, donde íbamos a abrir nuestra primera casa en un país bajo gobierno comunista. Llegué de Berlín Occidental con una hermana que debía quedarse allí para iniciar la labor. Habíamos solicitado el correspondiente visado, pero como no nos lo habían concedido todavía, le dijeron que sólo podría permanecer en el Berlín Oriental durante 24 horas; son muy estrictos en eso...
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April 2014
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